
Cuatro años después, en 1936, durante la Convention for the Suppression of the Illicit Traffic in Dangerous Drugs llevada a cabo en Ginebra, Estados Unidos promovió ante el resto del mundo, a través de su Federal Bureau of Narcotics, un tratado de criminalización de cualquier actividad relacionada a la marihuana, la coca, y el opio (incluidas su cultivo, producción, manufacturación, y distribución) con excepción de contextos médicos y científicos. El Artículo 2 de esta convención invitaba a todos los firmantes a castigar severamente, en particular con penas que implicaran la privación de la libertad, a toda aquella persona que se involucrara con estas actividades neoilícitas. Sin embargo, muchos países presentes se negaron a suscribir ciertos apartados del tratado y Estados Unidos, principal promotor de la convención, se negó a firmar alegando la flaqueza del resto de las naciones, sobre todo en asuntos relacionados a la extradición y la confiscación de bienes ligados al tráfico de drogas.
Al analizar la historia se puede percibir como un gesto bastante raro, incluso esquizofrénico, la transformación de la posición estadounidense frente a la marihuana. Súbitamente Estados Unidos pasó de vivir un romance idílico con la cannabis a promover enérgicamente su prohibición, castigo, y cuasisatanización. Sin duda existe un eslabón perdido que no aparece en la historia oficial y que tiene que ver con la presión de las corporaciones (esas abstractas y todopoderosas entidades que hoy controlan buena parte del planeta y que ya a principios del siglo XX comenzaban a consolidarse como una fuerza aún más influyente que el propio gobierno).
No hay comentarios:
Publicar un comentario